domingo, 6 de febrero de 2011

Bebés y métodos conductistas de aprendizaje (II): Violencia permitida

En la entrada anterior, hablamos de las dramáticas consecuencias emocionales y psicológicas que tienen los métodos conductistas para “enseñar” a dormir a los bebés. Vamos a aprovechar este post, para ahondar sobre el tema, pero, me gustaría llevarlo un poco más y reflexionar sobre el gravísimo asunto de la permisividad social que existe en materia de métodos violentos de crianza.

Como imagino que supondréis, Claire Verity (Clara Verdad) no es la autora del método que mostraba el vídeo de la entrada anterior. Lo único que hace es reproducir el sistema del neozelandés F. Truby King, quien lo ideó a partir de la crianza de vacas y terneros. Extrapoló sus conclusiones a los niños y desarrolló un método de educación en el que obligaba a las mujeres a reprimir sus emociones y les imponía una dura autodisciplina para criar a sus hijos. Una delicia, vamos. Aunque el método King obtuvo ya críticas desde principios del siglo XX., la sociedad británica lo aceptó de buen grado tras la segunda Guerra Mundial cayendo rendida bajo las falsas promesas que vendía de niños educados, obedientes e independientes desde muy temprana edad. Os asombrará saber, que Truby King llegó a ser nombrado Sir, el más alto reconocimiento inglés. No sé, ni sé, si quiero saber los motivos de este sorprendente nombramiento.

Podemos pensar que el éxito, entre los ingleses, de este bárbaro método de adiestramiento de bebés es fruto de la rígida educación británica que, repetida siglo tras siglo, ha dado lugar a esta moderna forma de maltrato, pero, por desgracia, no es algo exclusivo de ellos. Otros países también tienen su versión particular de estas educaciones violentas y restrictivas. En Austria o Alemania, los efectos de la pedagogía negra (sumisión y violencia sobre los débiles) fueron devastadores en el s.XX y explican gran parte de lo que supuso el origen del nazismo. Y en España, hasta hace muy poco era muy habitual escuchar aquello de “la letra, con sangre entra”.

Hoy en día, en pleno siglo XXI, tenemos interpretaciones más refinadas de este tipo de maltratos escudados bajo supuestos “métodos educativos”. Sin ir más lejos, todos habréis oído hablar del método del Dr. Estivill, versión española y copia del método Ferber para enseñar a dormir, que se basa en los mismos principios coercitivos que comentamos en la entrada anterior. Todos hemos visto en varios programas de televisión la puesta en práctica de este sistema. Seguro que recordaréis la desagradable escena de un bebé llorando desconsoladamente en la habitación mientras fuera, la inalterable “profesional”, sujeta a la azorada madre que desea entrar a coger y consolar a su bebé. Pasado unos largos minutos y cediendo a la presión de la “experta”, la madre desiste, y se sienta en el suelo a llorar, mientras la “entendida” le dice que es lo mejor para ella y para su hijo. Al final, cuando el niño se duerme, todos se abrazan y celebran lo bien que han aguantado sin sucumbir al dolor del niño. Lo que muchos desconocen, pero vosotros ya sabéis, son las consecuencias a largo plazo de estos métodos sobre la salud física y psíquica de los niños.

Ha llegado el momento de llamar a las cosas por su nombre. Esto es VIOLENCIA. Esto es MALTRATO INFANTIL y, lo que es peor, las consecuencias de esta educación afectarán al niño durante toda su vida. Apoyar métodos como los que defienden Verity y Estivill es estar en contra de toda la evidencia científica de los últimos 30 ó 40 años sobre la importancia que tienen en la salud de los bebés el apego, el vínculo afectivo y la lactancia materna a demanda.

Los defensores de los métodos de entrenamiento para enseñar a dormir podrían excusarse diciendo que sus sistemas no son comparables con los que defienden los cachetes o las palizas “aleccionadoras”, pero, ya vimos en la entrada anterior que las consecuencias pueden ser iguales o, incluso, peores que la conocida “bofetada a tiempo”.

No obstante, no deberíamos asombrarnos de que este tipo de métodos violentos de crianza estén tan impunemente asumidos en nuestra sociedad, cuando todavía existen muchas personas que siguen defendiendo el “cachete preventivo” o el “bofetón a tiempo”. ¿Cómo vamos a ver maltrato en dejar llorar a un bebé durante horas si muchos catedráticos, filósofos o jueces defienden la violencia física sobre los niños? Podemos leer en este escandaloso artículo de El País cosas como que el filósofo y educador José Antonio Marina admite que se pueda dar un cachete para marcar límites, pero “siempre en un contexto de cariño y no en un arrebato de nervios”. Que le pregunten al niño si le parece cariñoso el cachete. Por otro lado, el juez de menores de Granada, Emilio Calatayud ha dicho en numerosas ocasiones que el azote se puede dar, siempre que sea en el momento oportuno y con la intensidad adecuada. Entiendo que es el adulto y no el niño el que elige el momento y la intensidad. Si recordamos la entrada anterior, podemos entender que son personas que han sufrido esos maltratos en su infancia, pero que no han podido madurar y evolucionar para rebelarse contra estos abusos. De hecho, prefieren seguir justificándolos antes que cuestionarse la educación que recibieron de sus padres. Los que fueron víctimas se convierten en verdugos y la violencia se perpetúa como una gran bola de nieve que cada vez se hace más grande.

Lo que más me preocupa de todo esto es la permisividad social que tenemos frente a este tipo de maltrato infantil. Todos nos llevamos las manos a la cabeza cuando leemos noticias sobre la violencia de género, mujeres maltratadas o asesinadas por sus parejas, pero, parece que, cuando la víctima es un niño, lo vemos como algo normal. Las mujeres han podido luchar por sus derechos en estas últimas décadas y han conseguido que denunciemos el maltrato contra ellas, pero parece que casi nadie habla por los niños. Ellos no pueden defenderse solos y tampoco encuentran a mucha gente que se ponga de su parte. Resulta paradójico que aceptemos peor la violencia entre dos adultos que la violencia desigual de un adulto sobre un niño.

En cualquier cadena de televisión, podemos encontrarnos con expertos o famosos que opinan alegremente a favor del cachete, y presumen de que “a los niños hay que enseñarlos desde pequeñitos”. Resulta paradójico, pues se atreven a llamar a estos programas “debates”, cuando casi nunca veo que algún invitado se cuestione el maltrato en la infancia, en cualquiera de sus versiones. Me atrevería a asegurar que esos mismos contertulios que se apoyan unos a otros en contra de los niños, se escandalizaron cuando, hace unos años, el Imán de Fuengirola explicaba en un manual dónde se debía pegar a la mujer para que no se notara. Para mí, esto es un síntoma de una sociedad hipócrita y violenta.

Esta permisividad está tan aceptada que consideramos normal el “cachete ocasional” o dejar al bebé llorar durante horas. Un amigo me contó hace poco que en una reunión con otras parejas que tenían hijos, los padres coincidían en que con el primer niño cuesta más trabajo dejarle llorar, pero que con el segundo ya es más fácil, no sienten tanto remordimiento. Es algo tremendo, pero comprensible, si tenemos en cuenta lo que comentamos en la entrada anterior cuando hablábamos de cómo los padres siguen cegados por los patrones que tuvieron que asumir para sobrevivir frente a la violencia que ellos mismos sufrieron en sus infancias.

Por desgracia, esta manera de ver la agresividad sobre los niños como algo normal está tan extendida que hemos llegado al absurdo de encontrar en nuestras librerías, en la sección de Embarazo/Crianza, los libros de Estivill para dormir junto a los de Carlos González o Rosa Jové. ¡Qué barbaridad! Nuestra sociedad legitima estos métodos de crianza violentos presentándonoslos en las estanterías junto a autores que defienden una crianza afectuosa enfocada al respeto y al apego. Vivimos es una sociedad falaz. ¿Cómo puede ser igual criar a tus hijos con amor, respeto y apego que violentándolos y negándoles la más mínima oportunidad de desarrollo personal? Además, no podemos olvidar, que estos métodos de crianza violentos tienen unas graves efectos sobre la vida adulta y, en consecuencia, sobre toda la sociedad.

Si queremos que cambie la crueldad perpetua de nuestra sociedad, todos debemos denunciar e impedir cualquier tipo de violencia cometida sobre los más indefensos, los bebés y los niños.

Antes de finalizar esta entrada, me gustaría recordar que comprendo que las personas que defienden estos métodos de crianza son víctimas de sus propias infancias y de la violencia que ellos mismos sufrieron, pero entenderlos, no implica que su comportamiento tenga justificación y deje de ser maltrato infantil. Cuando devenimos padres, adquirimos el compromiso moral con nuestros hijos de hacer todo lo posible para lograr su bienestar físico, emocional y mental. Si esto implica romper con nuestros viejos esquemas mentales y superar nuestros patrones violentos heredados, tendremos que buscar la ayuda y los medios para lograrlo.

Por cierto, me gustaría saber vuestra opinión sobre el tema. ¿Qué ejemplos de violencia permitida conocéis en vuestro entorno?, ¿habéis reconocido en vuestra infancia algo de lo comentado aquí o en la entrada anterior?

Autor: Ramón Soler

Bebés y métodos conductistas de aprendizaje (I): la semilla de la violencia

Art. 9 de la Declaración de los Derechos del Niño: ”El niño debe ser protegido contra toda forma de abandono, maltrato y explotación.”

Me había propuesto dejar por unas semanas el tema de la violencia y la influencia del maltrato infantil en la vida adulta para hablar de otras cuestiones y no hacerme muy pesado, pero, como he constatado que constantemente aparecen noticias que me parecen de lo más alarmantes sobre el mismo asunto, me resulta inevitable volver sobre él.

Descubrí hace unos días un vídeo del programa “Bringing up Baby” del canal británico Channel 4, protagonizado por la Supernanny inglesa Claire Verity. El programa fue retirado hace tiempo ante las críticas recibidas por el maltrato que sufrían los bebés y además, porque se descubrió que la supuesta “experta” era una estafadora que no tenía ni la formación ni la experiencia que decía. No he conseguido averiguar cuál de los dos motivos fue el decisivo para eliminar el programa de la parrilla televisiva. Que retiraran el programa no significa que el problema sobre ese tipo de educación haya desaparecido. Por desgracia, aún es muy frecuente escuchar y leer comentarios parecidos a los de esta señora en consultas de profesionales (pedagogos, pediatras, psicólogos, etc…).

Hoy en día, toda la evidencia científica ha demostrado sobradamente la necesidad del contacto físico y de la lactancia materna a demanda (entre otras cosas) para el óptimo desarrollo físico y emocional de los bebés.
Pero, antes de seguir con el artículo, me gustaría que visionarais el vídeo, si podéis.

http://www.youtube.com/watch?v=a_wytq40L9Y&feature=player_embedded#!

Para los que no hayáis aguantado hasta el final del vídeo, os resumo algunas de las premisas de la Sra. Verity:
“Os garantizo que mi método pondrá vuestra vida en orden a las 24 horas de haber tenido un bebé”.
“Claire cree que los bebés son manipuladores y que dominarán nuestras vidas si no les dejamos claro, desde el principio, quien manda”.
“En cuanto se acueste a las 7h., le cierras la puerta y no se abre hasta las 7h de la mañana”.
“La mayoría de las veces que un bebé llora es porque está cansado o busca atención. En ambos casos, hay que ignorarlo”. “A este bebé no le pasa nada (el bebé llora), sólo busca atención”.
Nada de contacto visual ni corporal al darles el biberón. Sólo se puede coger en brazos 10 minutos.

La experta garantiza que “en tres meses, mis bebés duermen toda la noche, comen cada cuatro horas y son unos bebés felices y contentos”. Esta frase encierra en sí misma, una sutil técnica de manipulación conocida por políticos y publicistas que consiste en decir una mentira después de dos o tres verdades, por lo que asumimos como cierta la última afirmación, por muy irreal que sea. Volvamos sobre la frase de y leámosla con atención: “en tres meses, mis bebés duermen toda la noche, comen cada cuatro horas y son unos bebés felices y contentos”. No miente cuando afirma que con su método los bebés duermen y comen cada cuatro horas pasados tres meses, pero, es falso que sean felices.

La Sra. Verity tiene razón, el método funciona. En muy poco tiempo, el niño aprende a callarse y se duerme. Esto sería maravilloso si no nos importaran las consecuencias a largo plazo, pero, en psicología, el fin NO justifica los medios. Por ejemplo, sería una barbaridad darle un somnífero al bebé para que durmiera toda la noche. Aunque un método funcione, debemos tener en cuenta los efectos a largo plazo. Esto es lo que no saben o no quieren saber todos los que aplican estos métodos conductistas sin pensar en las consecuencias futuras para los niños.

Si queremos conocer lo que sucede de verdad y comprender los devastadores efectos de estos “sistemas educativos”, podemos aprovechar este vídeo para ponernos en la piel de los personajes y poder entender lo que ocurre y porqué reaccionan así:

El bebé

Como decía antes, es verdad que se duerme, pero no porque haya aprendido la rutina, como ellos nos hacen creer, sino porque, tras intentar desesperadamente obtener los cuidados que necesita de su madre, termina sucumbiendo y replegándose sobre sí mismo para ahorrar energía y poder sobrevivir.
Voy a intentar resumir cómo vive el bebé estas situaciones, aunque haría falta mucho más espacio para poder explicarlo con detalle:

Imaginemos al bebé que ha pasado nueve meses en un entorno protegido. Tenía alimento cuando lo necesitaba, estaba calentito, era mecido constantemente y siempre sentía la presencia de su mamá. Tras este tiempo de calma y sosiego (para muchos), nace y sin más, y a consecuencia de métodos antinaturales y expeditivos, se encuentra inmerso en un entorno totalmente distinto al uterino, en un ambiente adverso y hostil. En este entorno, se le priva del contacto con su madre y de todo lo que esta le proporcionaba, se siente desprotegido, solo y asustado. Y además, si pensamos que los bebés no tienen nuestro concepto de tiempo (no saben cuándo va a venir mamá… o si va a venir) y que, para ellos, cada momento puede ser eterno, la sensación de desamparo, de peligro y de miedo a morir es TOTAL.

Por otro lado, ahora sabemos que este estrés tan elevado hace que aumenten los niveles de cortisol y esto tiene una repercusión tremenda sobre el desarrollo de ciertas áreas cerebrales en esas etapas tan cruciales. En el futuro, cuando el bebé sea adulto, a consecuencia de estas experiencias tan negativas y trastornadoras para él, su respuesta ante el estrés será anormal, alterada, muy diferente de lo que es una reacción normal.
Tras varias horas llorando sin que nadie acuda a consolarle, el bebé se repliega sobre sí mismo para no gastar recursos inútilmente. Deja de llorar y se queda quieto con la esperanza de aguantar vivo más tiempo. Es una reacción instintiva ante el abandono. No es algo que haga conscientemente, sino que estamos programados biológicamente para necesitar y reclamar los cuidados de nuestros padres, y si no los tenemos, pasamos a un modo de “stand by” para ahorrar energía. En T.R.R. (Terapia Regresiva Reconstructiva), a estas reacciones las llamamos Patrones de Supervivencia; son estrategias que adoptamos para poder sobrevivir ante situaciones extremas, pero sus consecuencias perdurarán hasta la vida adulta. Vemos cómo sus primeras experiencias en el mundo exterior le enseñarán la importancia de la sumisión.

Gracias a estos métodos de entrenamiento , el niño aprende que su sufrimiento y sus sentimientos no son tenidos en cuenta, que más le vale adaptarse a lo que le digan y a lo que quieran sus padres si quiere sobrevivir. Con toda probabilidad, será un adulto conformista, le costará mucho tomar decisiones importantes y siempre estará pendiente de la mirada y de las opiniones de los demás. Será una persona sumisa y sin iniciativa propia, repitiendo el mismo esquema que aprendió cuando era pequeño.

Otra cosa que aprende el recién nacido es que las cosas se imponen con la fuerza, que el más fuerte se impone al débil, sin importar los motivos o los sentimientos de éste. Estas ideas se grabarán muy profundamente en su inconsciente y, cuando sea mayor, será una persona sumisa frente a las figuras de autoridad, pero también llevará dentro esa semilla de la violencia que sufrió cuando era pequeño. Cuando crezca y tenga algún problema o diferencia con alguien más débil, le será muy difícil sobreponerse a lo que aprendió de pequeño. Es muy probable que reaccione imponiendo su voluntad a la fuerza sobre los más débiles. Veremos un ejemplo de esto más adelante, en la persona de Claire Verity.

Los padres

Para comprobar las consecuencias a largo plazo del efecto del sometimiento a edades tan tempranas no tenemos que ir muy lejos, sólo hemos de fijarnos en el comportamiento de los padres del bebé. Ellos, no podrían sucumbir a estas barbaridades si no hubieran vivido en sus propias infancias los maltratos que ahora consienten sobre su hijo. Ellos también tuvieron que someterse y obedecer para poder sobrevivir. Dejaron de hacerle caso a su interior para seguir las órdenes de los padres. La intuición fue enterrada. Si bien es cierto que no quedó totalmente oculta; podemos verles las caras y sus dudas cuando la Sra. Verity les plantea las normas a seguir. En su interior, saben que eso no está bien, pero, siguen repitiendo el patrón de sumisión que adoptaron en su infancia y le hacen caso a la autoridad representada por la “experta”. De alguna manera, siguen siendo niños en sus gestos, en su manera de hablar y en sus actitudes. Habla su parte de niño cuando dicen que lo mejor del método es que te da órdenes precisas… “te dicen lo que tienes que hacer y lo haces” ¿a qué suena eso?, claro, al niño que se sometió y acató las órdenes de sus padres sin rechistar.

Evidentemente, no podemos culpar al niño que se somete a la autoridad de los padres. Lo único que hace es adaptarse para sobrevivir y poder crecer. Pero cuando somos adultos, tenemos la obligación de cuestionarnos el trato que sufrimos en nuestra infancia para discernir si aún seguimos necesitando esos patrones o si, podemos liberarnos de una vez de ellos y hacer caso a nuestra intuición cuando tenemos que tomar decisiones en nuestro día a día. Si no hacemos nada de esto, nunca seremos realmente libres y sufriremos toda la vida. Es una opción personal, cada uno puede decidir lo que quiere hacer. Es nuestra vida y nadie puede reprocharnos nada. Hasta aquí todo va bien; nosotros somos los únicos perjudicados, pero cuando decidimos tener hijos la cosa cambia. Si no hacemos nada y nuestros hijos se ven afectados por nuestros patrones, entonces, ellos sí que nos lo podrán recriminar cuando sean mayores. Con ellos sí que tenemos, por lo menos, la responsabilidad de informarnos, de tomar nuestras propias decisiones y de no dejarnos amedrentar por lo que nos digan cuando los supuestos consejos vayan en contra de nuestra intuición. Seguro que tenéis amigos o familiares que, cuando tienen que comprar un coche o una cámara de fotos, se informan, comparan y leen miles de revistas antes de tomar una decisión. Esas mismas personas, cuando van a tener un hijo, apenas se informan y se dejan llevar por lo que les dicen los médicos, los psicólogos o la suegra. Entonces, sí que son culpables. Culpables de no asumir su responsabilidad como padres y culpables de dejar que otros decidan sobre el bienestar y la salud de sus hijos.

Imagino que algunos padres puedan sentirse aludidos e incómodos al leer esto. Ahora no se trata de mirar al pasado y culparnos por no haberlo hecho mejor en algunas situaciones. En el momento no teníamos otra posibilidad porque seguíamos cegados por nuestros patrones. La cuestión, ahora, es tener la valentía de abrir los ojos y afrontar que, quizás, las vivencias de nuestra infancia no fueron como nos las contaron, que hay otra manera de hacer las cosas y que podemos decidir por nosotros mismos según nos dicte el corazón.

La “experta”

Una vez superada la indignación inicial al ver el vídeo, si somos capaces de tomar un poco de distancia, podremos ver a Claire Verity como otra víctima de este mismo método educativo. Ella también tuvo que padecer las mismas vejaciones y maltratos que ahora inflige a “sus” bebés. Nadie que no haya pasado por esos maltratos podrá justificarlos nunca. Ahora está en ese papel de autoridad que impone su voluntad por la fuerza sobre los más débiles (en este caso, los padres y el bebé), pero también es más que probable que sea una persona sumisa cuando esté frente a alguien con más poder que la obligue a someterse como hicieron sus educadores. De hecho, no ha sido capaz de cuestionar lo más mínimo el método del Sr. King y lo sigue repitiendo convencida de que es lo mejor para los niños y sus padres. Tampoco ha sido capaz de poner en duda la violencia que vivió en su infancia porque, obviamente, eso supondría desmontar todo su sistema de creencias y darse cuenta de que sus padres no fueron lo perfectos que ella pensaba.

Imagino que los lectores perspicaces se habrán dado cuenta de que Verity significa “verdad” en inglés (de Veritas, la diosa romana de la Verdad). Por otro lado, Claire, es “clara” en francés, de modo que la supuesta experta se llama Clara Verdad. No sé si será su nombre real o un nombre artístico para intentar convencernos subliminalmente de la veracidad de un método que es un fraude y una apología del maltrato infantil.

Texto: Ramón Soler

El extraño regalo

Érase una vez, hace mucho, o tal vez poco, tiempo, en un lejano, o no tan lejano, reino, vivía una pareja de monarcas exitosos, ricos y severos. El rey y la reina, la reina y el rey, se pasaban el día ordenando y decretando, promulgando y estudiando. De todo creían que debían saber, y a todos pensaban que debían mandar.

Tenían los reyes una hija, pequeña, inteligente y seria. Los niños y, por supuesto también los adultos, deben ser felices, pero aquella pequeña no lo era. Se sentía sola, no tenía con quien jugar y la obligaban a estudiar sin cesar para un día, el reino heredar.

Todos los años, los padres de aquella niña, es decir, los reyes, le ofrecían, en las fiestas del Invierno, los mejores presentes: pájaros mecánicos fabulosos, vestidos preciosos, ingenios grandiosos, objetos maravillosos, aunque para la niña no eran más que objetos odiosos.

Aquel año del que nos estamos ocupando, los monarcas habían estado tan atareados que no habían tenido tiempo ni de encargar alguno de aquellos costosísimos juguetes con los que creían estimular cada vez más y más la inteligencia de su heredera. Así que, haciendo una excepción, decidieron directamente preguntarle a la princesa lo que deseaba como presente invernal.

La citaron en la sala del trono (siempre se comunicaban con ella a través de citaciones oficiales) y allí acudió la niña un tanto intrigada por las próximas órdenes que iba a recibir (siempre que le hablaban sus padres era para darle instrucciones). Al llegar ante la presencia de los reyes, sus padres, como marcaba el protocolo, con un apretón de manos la recibieron (otras muestras de cariño más cálidas eran incompatibles con su regia ocupación). Tras estrecharse las manos y sin más dilación, siempre había mucho que hacer, le plantearon a la pequeña la siguiente cuestión:

-“Alteza infantil, ¿qué costosísimo presente desea usted que sus insignes progenitores le ofrezcan en las próximas fiestas invernales?”.

La princesa se quedó sorprendida ante la pregunta, nunca le habían pedido su opinión para ninguna cuestión. Sin embargo, a pesar de la extrañeza, la inteligente niña sabía muy bien lo que quería. Así pues, ni corta, ni perezosa, tras realizar una genuflexión ante su padre y su madre, les dirigió las siguientes palabras:

-“Unas gafas para que sus majestades me puedan Ver, me pueden Usías ofrecer”.

Tras escuchar atentamente a su hija, los monarcas se quedaron estupefactos ¿qué extravagante petición era aquella de aquélla singular pequeña? No comprendían la absurda solicitud de su hija, pero, sin mostrar el más mínimo atisbo de duda, ésta era incompatible con el cargo, le comunicaron que le comprarían lo que ella les había demandado y las despidieron citándola para la próxima audiencia, que sería la víspera de la gran fiesta.

Los reyes, tenían diez días para hallar la solución al enigma que su excepcional hija les había planteado ¿gafas para Verla a ella? ¡si ellos la vigilaban perfectamente! ¡Qué incongruente petición! Para no perder más tiempo con este tema, los monarcas convocaron a los sabios más sabios del reino para que alguno de ellos resolviera el enigma. Uno tras otro, una tras otra, acudieron estos eruditos a palacio al reclamo de la convocatoria y de la recompensa ofrecida. Ofrecieron mil y una ideas, pero todas fueron rechazadas por la princesa, a la que siempre se le consultaban los objetos por si lo expuesto por el sabio de turno era el regalo que ella deseaba.

Sólo faltaban unas horas para el comienzo de las fiestas y la incertidumbre comenzó a hacer mella en el rey y la reina. ¿Por qué su hija rechazaba todos los regalos que le ofrecían? ¿Cuáles eran las causas de su oposición? No tenían ni idea de cómo solucionar el problema y eso ¡nunca le había pasado a ellos!

Sólo les quedaba una solución, acudir a preguntarle directamente a la sabia más sabia del reino, una extraña y anciana mujer que desde la noche de los tiempos vivía en medio del bosque más cerrado y bello del reino y que se había negado una y otra vez a acudir a palacio enviándoles junto a la negativa, una nota con las siguientes palabras: “si la solución queréis hallar, en el lago de la Verdad os tenéis que reflejar”.

Al ser pues la única opción que les quedaba, se fueron, prestos, los reyes, hacia aquel soberbio bosque. La sabia dama, con gran cordialidad y una enorme sonrisa, las puertas de su casa les abrió al oírles llegar. A primera vista, parecía que la erudita vivía en una pequeña choza pobre y destartalada, pero en realidad, las personas que en aquel mágico espacio entraban, se sumergían, al traspasar el umbral, en una fantástica atmósfera de olores, colores, imaginación y Amor. Los reyes se maravillaron ante tanta emoción y tras adentrarse en la casita, el corazón de grandes sentimientos se les inundó. El momento de reflejarse en el lago de la Verdad había llegado.

Cerca de la chozuela de la vieja dama, existía un mágico lago, tal vez más estanque que lago, aunque tal vez más laguna que charco. Aquel lago, tenía la extraña propiedad de mostrar la Verdad, la realidad tal y como es, no como la interpretaban las personas antes de reflejarse en él. No era un reto fácil y por ellos, muchos humanos temían contemplarse en el agua y preferían pasar de largo ante aquel desafío (mejor no ver lo que no querían, pensaban ellos).

Sin embargo, los reyes no estaban dispuestos a dejar de resolver el misterio que les había planteado su hija y junto a la vieja dama, fueron a reflejarse en el agua de la Verdad. Al principio, todas las imágenes que les ofrecía el lago les parecieron confusas, momentos de su niñez de pesar y melancolía: una vida uterina triste y estresante, demasiadas obligaciones de sus propias madres y padres reyes; una niñez solitaria y llena de responsabilidades; pocos juegos, ninguna compañía, muchos regalos y juguetes, pero escasos momentos con sus padres para compartirlos. El tiempo fue pasando y la chispa e inocencia infantiles, habían acabado escondidas, bajo profundas capas de insatisfacción y resignación. Sus padres no les habían acompañado en sus descubrimientos infantiles, nadie les había regalado, sin estar contratados para ello, su tiempo de forma desinteresada y cariñosa. La soledad había sido su eterna acompañante y los miles de regalos que habían recibido no habían sido más que pobres sustitutos de sus verdaderas necesidades de bebés y niños: Amor, compañía, paciencia, respeto y tiempo, tiempo junto a Mamá y Papá.

Contemplar la Verdad de su propia niñez, enfrentó de golpe a los reyes con la Verdad sobre la durísima infancia de su extraordinaria hija. Aún estaban a tiempo de recuperar su Amor, ella les había ofrecido con su petición, una preciosa última oportunidad. El sutil Amor Verdadero entre ellos aún no se había quebrado del todo y la solución era tan sencilla, tan evidente y tan difícil para muchos: ¡el mejor regalo era la compañía de sus padres!, una compañía llena de juegos, descubrimientos, felicidad y risas ¡nada de regañinas!, ¡nada de órdenes y palabras amargas!, sólo comprensión, paciencia, respeto y un acompañamiento emocional rico y coherente.

Lo material nada tiene de especial, les dijo la anciana sabia. No abandonéis a vuestra hija como lo hicieron con vosotros. No regaléis para compensar. No perdáis la oportunidad de acompañar a vuestros hijos en sus juegos, en sus risas, en sus descubrimientos vitales. Llenadlos siempre de Amor, de besos, de abrazos, de caricias y bellas palabras. ¡Pasad junto a ellos vuestro tiempo! Ellos, con su Amor infinito hacia nosotros, nos ofrecen mucho más de lo que puedan costar un juego electrónico o un oso de oro. No os perdáis la infancia de vuestros hijos por acumular bienes o trabajos. Día a día, ellos van creciendo y se van haciendo mayores, si no pasamos ese tiempo con ellos, no lo podremos recuperar jamás.

Dicho esto, la anciana se sacó de su bolsillo una gafas muy especiales, unas gafas, cuyas lentes estaban fabricados con el agua de la Verdad de aquel lago. Aquellas gafas, la gran sabia a los reyes se las prestó para que ellos fueran ayudando a los otros padres y madres del reino a Ver a sus hijos con ellas, a recuperar el sutil Amor familiar, la confianza de sus hijos y a no perder más tiempo bajo el influjo de huecas promesas de dinero, fama y poder.

Por cierto, y Tú ¿te atreveríais a probarlas?


Texto: Elena Mayorga

Efecto placebo, el efectivo poder de la fe.

En medicina, el efecto placebo, cuando se administra una sustancia inocua que el paciente cree que es un medicamento real y tiene el mismo efecto que la propia medicación, es bien conocido. El área donde más se ha estudiado el efecto placebo es en el tratamiento contra el dolor, no obstante, también se ha comprobado que funciona para hacer subir o bajar la presión arterial, para reducir inflamaciones articulares o, incluso, para encoger tumores hasta su desaparición.

Al parecer, el funcionamiento del placebo se basa en las expectativas que tiene la persona que lo recibe. Podríamos decir que la esperanza, desencadena toda una serie de procesos en el organismo para conseguir la misma respuesta curativa que se obtendría con la medicación real, lo que significa, que el cuerpo es capaz de sintetizar por él mismo, todo tipo de sustancias con fines curativos. De todas formas, no deberíamos extrañarnos de esto si pensamos que, por ejemplo, la leche materna contiene elementos anticancerígenos, protege contra enfermedades e, incluso, recientemente se ha descubierto que también contiene sustancias capaces de eliminar el virus del SIDA del organismo del bebé.

A pesar de esto, el efecto placebo ha sido despreciado por la gran parte de la ciencia médica tradicional, pero, por suerte, cada vez hay más profesionales interesados en investigarlo. En EEUU se dieron cita expertos sobre el tema, en el Centro Nacional para la Medicina Alternativa y Complementaria (NCCAM), para estudiar el placebo desde un punto de vista multidisciplinar. Las principales conclusiones indican que el efecto placebo activa respuestas fisiológicas en los sistemas neurológico, inmunitario, endocrino, cardiovascular y otros, produciendo la mejora en las enfermedades.

Los expertos, también concluyeron que el efecto placebo opera a través de las creencias, expectativas y ciertos condicionamientos simbólicos que todos, en mayor o menor medida, tenemos en nuestra sociedad. Cuanto más creamos en las capacidades curativas del placebo (que nosotros pensamos que es el medicamento de verdad) más efecto tendrá o, dicho de otra manera, activaremos mejor nuestros propios mecanismos de autocuración para que el placebo funcione.

En nuestra cultura occidental, tenemos muy interiorizado que algo es mejor cuanto más alto es su precio. De hecho, se ha comprobado que el placebo es más efectivo cuando nos dicen que cuesta 500€ que cuando pensamos que sólo cuesta 5€.

Una de las condiciones que contribuye al buen funcionamiento del placebo es el “efecto del ritual”: el entorno hospitalario, el edificio grande, las batas blancas, el fonendoscopio al cuello, etc. Todo esta parafernalia, junto con la confianza que depositamos en el médico, hace que nos sumerjamos en un estado casi hipnótico donde las palabras del doctor, o de los enfermeros, tienen un efecto muy potente sobre nuestra psique y, en consecuencia, sobre nuestro cuerpo.

La conciencia, no interviene aquí para nada, este proceso es inconsciente, No podemos decidir que nos afecten o no las palabras que escuchamos. Todo el entorno nos coloca en un estado especial de alta sugestionabilidad. Si nos encontramos en un lugar donde todo está enfocado hacia la curación y los mensajes que recibimos son positivos, nos parece que los “milagros” pueden producirse y nuestro propio poder de autocuración hace el resto. Veamos un ejemplo: no es lo mismo que nos digan “tómese esto y en un par de días empezará a mejorar” ó “todos los pacientes que lo han tomado se han curado en menos de una semana”, que, por el contrario: “no sé si esto funcionará, pero pruébelo y ya veremos dentro de un mes”. Pensemos, también, en la manera de dar una noticia sobre una enfermedad como el cáncer, que aún tiene tantas connotaciones negativas. ¿Cómo influyen las palabras del especialista?, ¿qué efecto tienen sobre el tiempo de recuperación o sobre la esperanza de vida del paciente?. Las implicaciones son trascendentales.

No quiero dejar de relatar aquí la experiencia de muchos pacientes que han hecho regresiones al momento en el que estaban siendo intervenidos (con anestesia general) y han podido reproducir conversaciones de los cirujanos, relatar cómo fue la operación y describir los instrumentos que utilizaron. Aunque la consciencia esté dormida, el inconsciente sigue captando información. Aún no se sabe bien cómo es posible esto y hay muchas teorías al respecto, pero, el hecho es que se puede recordar y que lo que se dice en esos momentos va directamente al inconsciente. Es como una orden post-hipnótica, el mensaje queda grabado y tiene una fuerza tremenda. Frases entre cirujano y anestesista del tipo: “Estupendo, en unas dos semanas ya estará andando de nuevo” ó “Uff, éste va a durar dos meses”, son verdaderas “órdenes” que tienen grandes consecuencias. A veces, casi es preferible que hablen de fútbol y del partido del día anterior.

El poder de la sugestión es muy fuerte y va más allá del efecto placebo. Todo el personal sanitario debería tener en cuenta el potencial del que estamos hablando. Imagino que en las facultades de medicina o enfermería se estudia el efecto placebo, pero de forma anecdótica. Yo creo que debería haber asignaturas exclusivas que enseñen a médicos y enfermeros a utilizar de forma provechosa esta fuerza de la sugestión.

He conocido a varios doctores, ya mayores y con muchos años de experiencia, que reconocen la importancia del placebo y han aprendido a manejarlo con efectividad en sus consultas. Por otro lado, también me he encontrado con médicos jóvenes que miran por encima del hombro a todo el que hable del efecto placebo, a pesar de que ya está más que demostrada empíricamente su efectividad y de que, poco a poco, se van conociendo los mecanismos mediante los que actúa.

Hay algunos estudios que dicen que el 30% del efecto de los medicamentos se debe al fenómeno del placebo. Incluso, un estudio de 1998 concluyó que si hablamos de antidepresivos, esta cifra llega al 50%.

Me gustaría, para terminar, resumiros la historia del Prozac, el famoso antidepresivo. En EEUU, la FDA (Food and Drug Administration), la agencia que autoriza los nuevos fármacos, pide que se demuestre, al menos en dos estudios, que el efecto del nuevo medicamento es superior al placebo. Pues para que el Prozac fuera autorizado fueron necesarios 5 estudios. Si imaginamos que el último fue positivo para la farmacéutica (claro, sería absurdo gastar dinero en hacer más estudios si ya tuviera los dos que necesita), resulta que en tres de los cuatro primeros estudios, el placebo fue superior al Prozac. Da qué pensar, ¿no?

La polémica continúa entre partidarios y detractores, entre creyentes y no creyentes. Incluso, algunos dicen que ninguno de los ISRS (Inhibidores Selectivos de la Recaptación de la Serotonina) funciona mejor que un placebo que, aparte de ser mucho más barato, no tiene ningún efecto secundario.

En realidad, lo que nos está diciendo el efecto placebo es que el cuerpo humano tiene un tremendo poder de autocuración y que, aprendiendo a manejar de forma equilibrada la mente y las emociones, podríamos aprovechar ese potencial para sabnarnos e, incluso, para no enfermar. La próxima semana iremos un poco más allá del efecto placebo para comprobar la importancia de un buen equilibrio emocional para nuestra salud física.

Texto: Ramón Soler

viernes, 4 de febrero de 2011

La gran arboleda.

Salvador era bajito, delgado, pequeño y enjuto. Nunca supe su edad, ni tampoco podía adivinarla, era una de esas personas de edad indefinida. No obstante, de lo que estaba segura era de que debía ser muy anciano. Su cara cubierta por una miríada de arrugas, su cabello ralo y su boca desdentada así lo revelaban. Su rostro era normal aunque, tal vez, tirando a tosco. Tenía barbilla prominente, unos bondadosos ojos marrones, labios finos y una pequeña nariz bajo la cual siempre lucía una barba gris, fuerte y mal arreglada.

Salvador era un hombre humilde y sencillo, y eso se reflejaba en su forma de vestir, pues siempre iba ataviado con unos raídos pantalones grises, una guita de esparto, para sujetarlos, una fea y vieja camisa, que en tiempos fue blanca, una gorrilla azul y unas sandalias de plástico, de esas de tirillas, como las que nos ponían nuestros padres hace treinta años para ir a la playa. En invierno, como concesión al frío y a la humedad, añadía a su atuendo un fino jersey de lana gris.

Salvador era un hombre de pocas palabras, pero no creo que fuera por una cuestión de timidez o retraimiento, sino que hablaba poco porque no necesitaba decir más. Hoy se diría que sabía gestionar sus palabras. Yo creo que, como hombre de campo, lo que sabía era economizar su tiempo. Y eso era Salvador, un campesino, un hombre de campo reconvertido en jardinero de casitas de veraneo.

Aunque Salvador no era el jardinero de nuestra casita, todos lo conocíamos perfectamente, puesto que él era la persona que siempre aparecía justo en el momento en el que alguien necesitaba ayuda urgente en el vecindario. Si un gatito se colaba en nuestra casa y no se podía bajar de un pino altísimo, allí sonaba a lo lejos su antiquísimo vespino, mucho más viejo y decrépito que el propio Salvador, y al minuto aparecía el hombre, se hacía cargo del asunto, se subía, con una agilidad pasmosa y sorprendente para su edad al árbol y, en un pispás, rescataba al tembloroso minino. Si a algún vecino se le quedaba el coche sin batería y había que arrancarlo a la racha, Salvador era el primero en salir de alguno de sus jardines para prestarle ayuda. En aquellas ocasiones, yo siempre me quedaba con el corazón en un puño cuando le veía, tan bajito y delgado como era, darle un fuerte empellón al automóvil estropeado. Mi mente infantil, se angustiaba con la idea de que el hombre fuera a desintegrarse en uno de los empujones.

Nunca le oí decir a Salvador una mala palabra o le vi poner mala cara y, sin embargo, sí que observé algunas veces tristeza en su rostro, incluso alguna lágrima furtiva deslizándose por él, cuando empezaban a caer sobre nuestras casas, nuestros jardines y sobre nuestros juegos infantiles, las fatídicas pavesas que anunciaban la cercanía de un nuevo incendio forestal. No era el único que sentía pena y congoja en aquellas ocasiones. Todos asistíamos impotentes a un nuevo acto de la cruel obra de teatro, en la que la especulación inmobiliaria, condenaba bosques centenarios con el fin de lograr nuevos terrenos para sus infestas urbanizaciones.

Hoy en día, pasados ya tantos años, aún me conmuevo al recordar la pena de este buen hombre al ver como nuestros preciosos pinos y alcornoques se quemaban.

Salvador era un hombre humilde y sencillo. Un hombre de campo, sin dinero que, seguramente, por lo que reflejaban los hondos surcos de su rostro, incluso había pasado hambre. Era un hombre pobre y modesto y, sin embargo, es el hombre más admirable, desprendido y rico que he conocido en mi vida. Os aclaro, rico en altruismo y generosidad, rico en humanidad y pundonor, rico en sabiduría.

Jamás pude imaginar, hasta que descubrí su gran secreto, que detrás de este humilde campesino se escondía uno de los mayores filántropos medioambientales de nuestra provincia.

Un día, hace pocos años, leyendo el dominical del periódico local, me llamó la atención una noticia sobre un hombre que había dedicado su vida a poblar su, en tiempos yerma finca, con alcornoques, pinos, encinas y demás flora mediterránea. Además, todo lo que ahorraba con su trabajo, que no debía ser mucho, lo invertía en ir comprando las tierras de los alrededores para poder seguir plantando árboles y, así, extender hacia las nuevas adquisiciones, el magnífico bosque que iba surgiendo día a día de su gran esfuerzo.

Salvador, pues habréis que a él se refería aquella noticia, llevaba más de cincuenta años creando de la nada, sin ayuda alguna, un bosque espectacular.

Según comentaba en la entrevista del periódico, a él nunca le había interesado tener una gran casa (vivía en medio de su bosque en una chocilla) o poseer objetos bonitos. Según decía, lo que a él le apasionaba, desde sus ya lejanos años de infancia, era el bosque. Así que, un buen día, viendo el secarral en el que se habían convertido sus tierras de labranza y sus alrededores, decidió buscar y escoger las mejores semillas y, simplemente, plantarlas “a ver si la naturaleza podía prosperar allí” (palabras textuales). Además, también le explicó al periodista, que a medida que veía como iban desapareciendo todos los árboles y bosques de la zona, su tarea se había vuelto más importante. ¿Por qué? le preguntaba el entrevistador. Sencillo, porque ¿donde iban a ir a vivir si no todos los animalillos que estaban perdiendo su hogar?

[Me parece increíble y maravilloso cómo, de la desinteresada acción de este humilde campesino, nació tanto: plantas, árboles, pájaros, insectos, animales, oxígeno, fotosíntesis, agua, biodiversidad. VIDA, ESPERANZA, FUTURO, SUPERVIVENCIA, CONSERVACIÓN, SAVIA, VIDA.

Nunca debemos rendirnos, ni desconfiar de nuestra fuerza y de nuestras oportunidades. Todos somos capaces de dar, regalar, ofrecer y honrar a la vida, a la naturaleza y a los demás habitantes de nuestro planeta.

Aunque te sientas sin fuerzas, débil, enfadado o fuera de cualquier entorno propicio, puedes hacerlo. El altruismo da felicidad. Pero, eso sí, el altruismo bien entendido, a no confundir con la piedad.

Da porque quieras dar, no porque te veas forzado a dar.

Da lo que puedas dar, no lo que te pidan que des.

Da cuando puedas dar, no cuando te digan que des.]

Siguiendo con la historia de Salvador, os contaré que, desde hacía muchos años, mucho antes de conocer que una persona de mi entorno había logrado éste milagro, yo estaba enamorada de una pequeña joya de la literatura, escrita por el francés Jean Giono, titulada “El hombre que plantaba árboles”. En este precioso relato, el autor describe, con gran maestría, la vida de un humilde pastor que dedica toda su vida a convertir la horrible zona estéril en la que reside, en un hermoso bosque alpino. ¿Os resulta familiar esta anécdota?

Lo más curioso de toda esta historia es que la editorial que le encargó a Giono el relato, nunca llegó a publicarlo. Ellos querían un cuento basado en la vida de una persona ejemplar que hubiese existido en la realidad y el protagonista de “El hombre que plantaba árboles”, Elzéard Bouffier, era inventado!!! Tras el rechazo de la editorial, Jean Giono, decidió ceder gratuitamente todos los derechos de reproducción de su obra a todos aquellos que quisieran editarla. Según escribió, tiempo después, el objetivo al escribirla fue hacer amar a los árboles y, más en concreto, hacer amar plantar árboles.

Os recomiendo vivamente que leáis este apasionante relato.

Una anécdota más de este cuento, existe un magnífico corto de animación canadiense que gano el Oscar en su categoría en el año 1988.

Hace tiempo que ya no veo a Salvador. Supongo que habrá fallecido. Me resulta enriquecedor haber conocido una persona tan generosa, espero haber podido aprender algo de su vida, de su paso por este mundo. Por cierto, la última vez que me topé con Salvador, le regalé el ejemplar que tenía de “El hombre que plantaba árboles”. Suelo ser bastante expresiva y parlanchina, pero en aquella ocasión, para mí solemne, lo único que se me ocurrió decirle a aquella bellísima persona, es que había leído la historia de un hombre como él y que en aquel libro que le daba venía escrita.

Para terminar, quería haceros partícipe de una iniciativa muy curiosa que leí hace pocos días en http://www.elblogalternativo.com y que tiene mucho que ver con Salvador y su historia. Paul Stamets, un microbiólogo, ha creado The Life Box (La caja de Vida), una caja de cartón reciclado con las suficientes semillas de árboles y microrrizales como para que cada uno de sus compradores pueda plantar un pequeño bosque. Al parecer, por ahora sólo se puede comprar la caja en Estados Unidos y Canadá, tal vez dentro de poco, también la vendan por aquí. De todas formas, esperemos que esta iniciativa le llegue a muchas personas, quizás, entre todos nosotros podamos devolverle la salud a nuestro viejo planeta.

Recordad, TODOS somos capaces de dar, regalar, ofrecer y honrar a la vida, a la naturaleza y a los demás habitantes de nuestro planeta.

Texto: Elena Mayorga

Mamá, trátame como a un conejo.

Recientemente he encontrado en una revista infantil de animales un reportaje sobre la educación de los conejos como animales domésticos. Como la mayoría de los educadores de animales, la línea que siguen es bastante conductista, es decir, premios para reforzar la conducta que deseamos y castigos para hacer desaparecer la indeseada.

Aunque no entra en mis planes futuros tener conejos en casa, seguí leyendo el artículo y me sorprendió el hecho de que los autores eran bastantes desmitificadores sobre el castigo en los animales. Os voy a copiar unos párrafos que no tienen ni una coma de desperdicio:

“La mentalidad popular supone que igual que se premia la acción correcta, debe castigarse la incorrecta. La experiencia ha probado que, mientras la recompensa siempre refuerza la respuesta correcta, el castigo, en general, no debilita la incorrecta. El miedo al castigo hace que el animal trate de evitarlo mediante un comportamiento de huida, mientras que la conducta indeseada permanece.”.

Era tan interesante que no pude dejar de leer…

“En general, el castigo tiene efectos negativos y es inoperante con los conejos. Tu conejo no va a aprender que no debe hacer algo por el hecho de que le grites o le castigues. Con tu brutalidad, sólo vas a lograr un animal asustado que te tenga miedo. Por el contrario, los conejos reaccionan muy bien a los premios y están dispuestos a responder a los estímulos agradables que puedas darle.”.

Ya estaba absorto, hipnotizado por el reportaje…

“Un conejo no es como un pez, que basta con contemplarle, un conejo necesita compañía y debes dedicarle un mínimo de 2 horas diarias. En ese tiempo, debes acariciarle, jugar con él hacer que haga suficiente ejercicio para mantenerse sano…”

Recordé que Carl Honoré hacía referencia en su libro “Bajo presión” a un estudio en Inglaterra, en el que concluían que los padres le dedican, como media, 10 minutos diarios de su tiempo a sus hijos. Esto quiere decir que si hay algún niño cuyos padres están con él 20 minutos, hay otro que no los ve en todo el día.

La frase estrella del reportaje, la que estaba destacada en mayúsculas y en color rojo, y que me llegó al alma era la siguiente:

“Respeta la independencia de tu conejo. No esperes que tu conejo haga lo que quieres en todo momento, es un ser vivo, no un robot.”

Prometo que es un artículo real, no es un recurso literario para hablar contra el uso de los castigos; algo así se le hubiera ocurrido a Borges, pero no a mí.

No sé si alguno lo ha hecho ya, pero me gustaría proponeros que leyerais de nuevo los párrafos citados, cambiando “conejo” por “niños/hijos”. Yo pensé en muchos de mis pacientes, en las infancias que han tenido y en el trato (o maltrato) que recibieron de sus padres. Seguro que ellos hubieran deseado que sus padres les trataran como a estos conejos de la revista.

Hace mucho tiempo leí un comentario sobre los derechos de los niños. Puede que me falle la memoria, pero creo que decían que a mediados del s.XX, había una legislación sobre los derechos de los animales y no existía nada sobre el derecho de los niños, es decir, no tenían ningún derecho reconocido. Un abogado sensible argumentó que los niños, en cuanto que animales, deberían tener, al menos, los mismos derechos que éstos. A partir de entonces, se legisló y nacieron los derechos de los niños que hoy tanto defienden las instituciones y las ONGs. Agradecería que si alguien tiene más detalles sobre este tema, me los hiciera llegar, ya que escribo de memoria y hace mucho tiempo que leí esto.

Cada vez hay más estudios científicos que demuestran el daño de la violencia en la infancia (éste será un tema para otro día), pero, desgraciadamente, aún hay mucha gente que defiende el uso del “cachete merecido”. Lo sorprendente es que, incluso gente inteligente y con estudios superiores lo siguen justificando.

Lo que resulta muy desventurado en todas estas dinámicas de violencia gratuita es que si hiciéramos una verdadera y sincera biografía personal del acérrimo defensor del cachete, veríamos los maltratos a los que, seguro, fueron sometidos de pequeños.

Al final de toda esta triste historia, resulta que muchas personas, pos culpa de la educación agresiva que recibieron, realmente son “robots”. Pegan, porque de pequeños en su cerebro se les grabó la orden de que golpear era bueno y necesario para los niños (si lo hacía Papá o Mamá ¿cómo va a ser malo?). Pegan de forma automática, sin cuestionarlo y defendiéndolo a capa y espada. Pegan porque utilizaron con ellos los refuerzos negativos que no son justificables ni para los conejos. Una historia muy triste ¿verdad?

Por cierto, acabo de leer una noticia muy relacionada con el tema que estamos tratando. La ONU ha criticado el programa británico Supernanny acusándolo de infringir la dignidad de los niños por la manera de como son tratados y la imagen que de ellos se da. El comunicado también afirma que el programa interfiere y perjudica el vínculo madre-hijo y que vulnera los Derechos de los niños. Condena también la invasión de su privacidad, los niños son vistos en televisión por miles de personas sin su consentimiento y en situaciones de angustia emocional extrema.

Texto: Ramón Soler

¿Y si Edipo viniera a Terapia?

Imagino que, más o menos, todos conocemos la tragedia de Edipo. Se ha popularizado gracias al psicoanálisis y, hoy en día, podemos decir que es uno de los personajes más conocidos de toda la mitología griega.

Edipo, según cuenta Sófocles en “Edipo Rey”, mató a su padre, se casó con su madre y tuvo hijos con ella.

Visto así, sin mayores ambages, pareciera que Edipo, nuestro paciente anti-héroe, es el único culpable, el verdugo de toda su historia. Sin embargo, si somos un poco más minuciosos y ahondamos en los pormenores de su vida, descubriremos que hay una información fundamental que le está vetada, la referente a las circunstancias de su nacimiento y a los funestos acontecimientos acaecidos tras éste. Sin los detalles sobre su primera infancia es muy fácil verle como el responsable de todo. Esa parte de la historia nos queda oculta en la sombra y hace que malinterpretemos lo que sucede en el presente. Igual que nos pasa a todos nosotros, vivimos desde el punto de vista del adulto, mientras que la parte más oscura de nuestra infancia se encuentra escondida fuera del alcance de nuestra conciencia. Sólo con el acompañamiento adecuado podremos acceder y llevar luz a esa parte oscura.

Resulta curioso que Freud también pasara por alto la primera infancia de Edipo para elaborar su teoría de los instintos, pero esto merece una entrada aparte. El caso es que Edipo creció desconociendo su pasado.

Recordemos brevemente que sobre Layo, rey de la antigua Tebas, pendía la maldición de que su hijo le mataría y se casaría con su mujer. No sabemos lo que había hecho el rey para merecer tal castigo, pero sí sabemos, por lo que hizo después, que debía ser un hombre duro, autoritario, temeroso de los dioses, egoísta y violento hasta el punto de intentar matar a su hijo si con eso evitaba su propia muerte.

El oráculo de Delfos advierte a Layo del peligro que corre si tiene un hijo con Yocasta, la reina. Tras el aviso, el rey decide repudiarla para no tener hijos con ella y evitar la maldición. Yocasta, que sí quería tener hijos, emborracha y seduce a Layo para quedarse embarazada. Lo consigue y a los nueve meses nace un niño. El rey Layo , entonces, coge al bebé (algunas fuentes dicen que lo arranca de los brazos de una nodriza), le clava los pies, se los ata y lo abandona en el monte Citerón para que muera. Nadie dice que Yocasta hiciera algo por quedarse con su hijo y protegerlo de su fatal destino. Resulta extraño que no defendiera al hijo que tanto deseaba y que tanto le costó conseguir. Aunque, si de verdad le criaba una nodriza, Yocasta no parece una madre con un fuerte vínculo con su hijo.

Con estos antecedentes, no hace falta una maldición de los dioses. Todos los ingredientes para la tragedia ya están servidos en los propios protagonistas. Parece que los griegos preferían pensar que no podían hacer nada para escapar de su destino, en lugar de creer que cada uno crea su sino a cada momento con sus pensamientos y sus actos. Aún hoy en día, mucha gente prefiere dejar sus vidas en manos del destino y maldecir a los dioses cuando sufren alguna desgracia antes que tomar las riendas y asumir la responsabilidad de asumir el rumbo de su vida.

Con lo que sabemos desde la TRR (Terapia Regresivo Reconstructiva) sobre la importancia del embarazo y los primeros meses de vida en el futuro desarrollo del cerebro y de la personalidad, cabría preguntarse cómo le influyó a Edipo su llegada al mundo. Veámoslo.

Recapitulando, tenemos a un padre que, no sólo no le desea, sino que quiere matarlo nada más nacer y una madre ambigua que engaña al padre para engendrarle, pero que luego tiene un escaso vínculo con él y no hace nada por salvarle la vida. ¿Y cómo sería el embarazo de ese niño?, no creo que hubiera buen ambiente entre los padres, más bien, imagino discusiones, reproches, soledad y más situaciones desagradables. Las semillas de la violencia que vendrá después ya están presentes aquí.

El resto de la historia es más conocido, pero veamos un breve resumen. Edipo es salvado de la muerte por un pastor y crece en el reino de Corinto, criado por los reyes Pólibo y Peribea, a quienes consideraba sus verdaderos padres, ya que ignoraba su historia. En Delfos, la pitonisa le expulsa advirtiéndole de que matará a su padre y se casará con su madre. Decide no volver a Corinto para que no se cumpla la profecía (Edipo pensaba que se refería a sus amados padres adoptivos). En el camino tiene un encontronazo con el rey Layo, su verdadero padre, y le mata. Consigue liberar a Tebas de la Esfinge que les amenazaba, el pueblo le aclama como rey y se casa con Yocasta, la reina, sin saber que era su madre. Al conocer la verdad, Yocasta se ahorca y Edipo se quita la vista con un alfiler de los vestidos de ella.

Tenemos, entonces, a un niño maltratado por su padre y desamparado por la madre, pero que ignora esta verdad y crece en el engaño de que sus padres son los maravillosos Pólibo y Peribea, a quienes adora. Todo este conflicto oculto termina en tragedia, sin que el pobre Edipo sepa lo que sucede ni pueda hacer nada por controlarlo.

Esta historia se asemeja mucho a lo que vivo con mis pacientes cuando van profundizando en su terapia. Al principio vienen cuando se ha desatado la tragedia en forma de ansiedad, depresión, fobia, enfermedad psicosomática o de cualquier otra manera. En esos primeros momentos, la desconexión entre el pasado y lo que sucede en el presente es similar a la ignorancia que tenía Edipo sobre su historia. La visión de los padres, en esos momentos, suele ser la de unos padres buenos, que se preocupan por ellos, que todo lo hacían por su bien, que les pegaban lo justo y sólo cuando se lo merecían. Poco a poco, la verdad va apareciendo, despojamos a los padres de sus máscaras, les bajamos del pedestal y podemos verles tal y como fueron. El paciente va entendiendo todas las reacciones de su presente que no sabía de dónde venían, la rabia acumulada, el rechazo, el miedo al abandono y demás.

A medida que entiende, va colocando cada cosa en su sitio y devuelve a cada uno aquello con lo que ya no quiere seguir cargando en su vida, se encuentra más en paz consigo mismo y los síntomas van desapareciendo. Podría decirse que al principio, los padres son como Pólibo y Peribea y, a medida que descubrimos la historia, los descubrimos como Layo y Yocasta. Esto siempre es positivo para nuestra salud emocional. Cuanta más información tengamos, más podremos descubrir de nuestra sombra y más libres seremos.

Podía haber cambiado mucho la historia de Edipo si la sacerdotisa de Delfos no le hubiera expulsado diciendo: “Aléjate del altar, desdichado. ¡Matarás a tu padre y te casarás con tu madre!”. Si le hubieran invitado a pasar a la sala del recuerdo, a tumbarse en el sillón de la tranquilidad y a tomar la bebida del esclarecimiento, la historia habría sido diferente. Si hubiera conocido su historia en ese momento se podría haber liberado de la maldición. Habría tenido más perspectiva para decidir si matar a Layo, si darse cuenta de su arrogancia y dejarle pasar sin sentirse herido o también podía haber decidido saltar por encima del carro del rey y continuar su camino.

En definitiva, con el esclarecimiento de las sombras de la infancia de Edipo de lo que estamos hablando es de recuperar la libertad y tomar el control total sobre nuestra vida, algo a lo que todos aspiramos, ¿o no?

Por cierto, cuan diferente hubiera sido la historia de la psicología si Freud, en su momento, hubiera tenido el valor de interpretar la tragedia de Edipo desde esta perspectiva. Veremos en una próxima entrada lo que sucedió con Freud, por qué no pudo hacerlo y qué consecuencias tuvo para su salud.

Texto: Ramón Soler