En la entrada anterior, hablamos de las dramáticas consecuencias emocionales y psicológicas que tienen los métodos conductistas para “enseñar” a dormir a los bebés. Vamos a aprovechar este post, para ahondar sobre el tema, pero, me gustaría llevarlo un poco más y reflexionar sobre el gravísimo asunto de la permisividad social que existe en materia de métodos violentos de crianza.
Como imagino que supondréis, Claire Verity (Clara Verdad) no es la autora del método que mostraba el vídeo de la entrada anterior. Lo único que hace es reproducir el sistema del neozelandés F. Truby King, quien lo ideó a partir de la crianza de vacas y terneros. Extrapoló sus conclusiones a los niños y desarrolló un método de educación en el que obligaba a las mujeres a reprimir sus emociones y les imponía una dura autodisciplina para criar a sus hijos. Una delicia, vamos. Aunque el método King obtuvo ya críticas desde principios del siglo XX., la sociedad británica lo aceptó de buen grado tras la segunda Guerra Mundial cayendo rendida bajo las falsas promesas que vendía de niños educados, obedientes e independientes desde muy temprana edad. Os asombrará saber, que Truby King llegó a ser nombrado Sir, el más alto reconocimiento inglés. No sé, ni sé, si quiero saber los motivos de este sorprendente nombramiento.
Podemos pensar que el éxito, entre los ingleses, de este bárbaro método de adiestramiento de bebés es fruto de la rígida educación británica que, repetida siglo tras siglo, ha dado lugar a esta moderna forma de maltrato, pero, por desgracia, no es algo exclusivo de ellos. Otros países también tienen su versión particular de estas educaciones violentas y restrictivas. En Austria o Alemania, los efectos de la pedagogía negra (sumisión y violencia sobre los débiles) fueron devastadores en el s.XX y explican gran parte de lo que supuso el origen del nazismo. Y en España, hasta hace muy poco era muy habitual escuchar aquello de “la letra, con sangre entra”.
Hoy en día, en pleno siglo XXI, tenemos interpretaciones más refinadas de este tipo de maltratos escudados bajo supuestos “métodos educativos”. Sin ir más lejos, todos habréis oído hablar del método del Dr. Estivill, versión española y copia del método Ferber para enseñar a dormir, que se basa en los mismos principios coercitivos que comentamos en la entrada anterior. Todos hemos visto en varios programas de televisión la puesta en práctica de este sistema. Seguro que recordaréis la desagradable escena de un bebé llorando desconsoladamente en la habitación mientras fuera, la inalterable “profesional”, sujeta a la azorada madre que desea entrar a coger y consolar a su bebé. Pasado unos largos minutos y cediendo a la presión de la “experta”, la madre desiste, y se sienta en el suelo a llorar, mientras la “entendida” le dice que es lo mejor para ella y para su hijo. Al final, cuando el niño se duerme, todos se abrazan y celebran lo bien que han aguantado sin sucumbir al dolor del niño. Lo que muchos desconocen, pero vosotros ya sabéis, son las consecuencias a largo plazo de estos métodos sobre la salud física y psíquica de los niños.
Ha llegado el momento de llamar a las cosas por su nombre. Esto es VIOLENCIA. Esto es MALTRATO INFANTIL y, lo que es peor, las consecuencias de esta educación afectarán al niño durante toda su vida. Apoyar métodos como los que defienden Verity y Estivill es estar en contra de toda la evidencia científica de los últimos 30 ó 40 años sobre la importancia que tienen en la salud de los bebés el apego, el vínculo afectivo y la lactancia materna a demanda.
Los defensores de los métodos de entrenamiento para enseñar a dormir podrían excusarse diciendo que sus sistemas no son comparables con los que defienden los cachetes o las palizas “aleccionadoras”, pero, ya vimos en la entrada anterior que las consecuencias pueden ser iguales o, incluso, peores que la conocida “bofetada a tiempo”.
No obstante, no deberíamos asombrarnos de que este tipo de métodos violentos de crianza estén tan impunemente asumidos en nuestra sociedad, cuando todavía existen muchas personas que siguen defendiendo el “cachete preventivo” o el “bofetón a tiempo”. ¿Cómo vamos a ver maltrato en dejar llorar a un bebé durante horas si muchos catedráticos, filósofos o jueces defienden la violencia física sobre los niños? Podemos leer en este escandaloso artículo de El País cosas como que el filósofo y educador José Antonio Marina admite que se pueda dar un cachete para marcar límites, pero “siempre en un contexto de cariño y no en un arrebato de nervios”. Que le pregunten al niño si le parece cariñoso el cachete. Por otro lado, el juez de menores de Granada, Emilio Calatayud ha dicho en numerosas ocasiones que el azote se puede dar, siempre que sea en el momento oportuno y con la intensidad adecuada. Entiendo que es el adulto y no el niño el que elige el momento y la intensidad. Si recordamos la entrada anterior, podemos entender que son personas que han sufrido esos maltratos en su infancia, pero que no han podido madurar y evolucionar para rebelarse contra estos abusos. De hecho, prefieren seguir justificándolos antes que cuestionarse la educación que recibieron de sus padres. Los que fueron víctimas se convierten en verdugos y la violencia se perpetúa como una gran bola de nieve que cada vez se hace más grande.
Lo que más me preocupa de todo esto es la permisividad social que tenemos frente a este tipo de maltrato infantil. Todos nos llevamos las manos a la cabeza cuando leemos noticias sobre la violencia de género, mujeres maltratadas o asesinadas por sus parejas, pero, parece que, cuando la víctima es un niño, lo vemos como algo normal. Las mujeres han podido luchar por sus derechos en estas últimas décadas y han conseguido que denunciemos el maltrato contra ellas, pero parece que casi nadie habla por los niños. Ellos no pueden defenderse solos y tampoco encuentran a mucha gente que se ponga de su parte. Resulta paradójico que aceptemos peor la violencia entre dos adultos que la violencia desigual de un adulto sobre un niño.
En cualquier cadena de televisión, podemos encontrarnos con expertos o famosos que opinan alegremente a favor del cachete, y presumen de que “a los niños hay que enseñarlos desde pequeñitos”. Resulta paradójico, pues se atreven a llamar a estos programas “debates”, cuando casi nunca veo que algún invitado se cuestione el maltrato en la infancia, en cualquiera de sus versiones. Me atrevería a asegurar que esos mismos contertulios que se apoyan unos a otros en contra de los niños, se escandalizaron cuando, hace unos años, el Imán de Fuengirola explicaba en un manual dónde se debía pegar a la mujer para que no se notara. Para mí, esto es un síntoma de una sociedad hipócrita y violenta.
Esta permisividad está tan aceptada que consideramos normal el “cachete ocasional” o dejar al bebé llorar durante horas. Un amigo me contó hace poco que en una reunión con otras parejas que tenían hijos, los padres coincidían en que con el primer niño cuesta más trabajo dejarle llorar, pero que con el segundo ya es más fácil, no sienten tanto remordimiento. Es algo tremendo, pero comprensible, si tenemos en cuenta lo que comentamos en la entrada anterior cuando hablábamos de cómo los padres siguen cegados por los patrones que tuvieron que asumir para sobrevivir frente a la violencia que ellos mismos sufrieron en sus infancias.
Por desgracia, esta manera de ver la agresividad sobre los niños como algo normal está tan extendida que hemos llegado al absurdo de encontrar en nuestras librerías, en la sección de Embarazo/Crianza, los libros de Estivill para dormir junto a los de Carlos González o Rosa Jové. ¡Qué barbaridad! Nuestra sociedad legitima estos métodos de crianza violentos presentándonoslos en las estanterías junto a autores que defienden una crianza afectuosa enfocada al respeto y al apego. Vivimos es una sociedad falaz. ¿Cómo puede ser igual criar a tus hijos con amor, respeto y apego que violentándolos y negándoles la más mínima oportunidad de desarrollo personal? Además, no podemos olvidar, que estos métodos de crianza violentos tienen unas graves efectos sobre la vida adulta y, en consecuencia, sobre toda la sociedad.
Si queremos que cambie la crueldad perpetua de nuestra sociedad, todos debemos denunciar e impedir cualquier tipo de violencia cometida sobre los más indefensos, los bebés y los niños.
Antes de finalizar esta entrada, me gustaría recordar que comprendo que las personas que defienden estos métodos de crianza son víctimas de sus propias infancias y de la violencia que ellos mismos sufrieron, pero entenderlos, no implica que su comportamiento tenga justificación y deje de ser maltrato infantil. Cuando devenimos padres, adquirimos el compromiso moral con nuestros hijos de hacer todo lo posible para lograr su bienestar físico, emocional y mental. Si esto implica romper con nuestros viejos esquemas mentales y superar nuestros patrones violentos heredados, tendremos que buscar la ayuda y los medios para lograrlo.
Por cierto, me gustaría saber vuestra opinión sobre el tema. ¿Qué ejemplos de violencia permitida conocéis en vuestro entorno?, ¿habéis reconocido en vuestra infancia algo de lo comentado aquí o en la entrada anterior?
Autor: Ramón Soler