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viernes, 4 de febrero de 2011

¿Y si Edipo viniera a Terapia?

Imagino que, más o menos, todos conocemos la tragedia de Edipo. Se ha popularizado gracias al psicoanálisis y, hoy en día, podemos decir que es uno de los personajes más conocidos de toda la mitología griega.

Edipo, según cuenta Sófocles en “Edipo Rey”, mató a su padre, se casó con su madre y tuvo hijos con ella.

Visto así, sin mayores ambages, pareciera que Edipo, nuestro paciente anti-héroe, es el único culpable, el verdugo de toda su historia. Sin embargo, si somos un poco más minuciosos y ahondamos en los pormenores de su vida, descubriremos que hay una información fundamental que le está vetada, la referente a las circunstancias de su nacimiento y a los funestos acontecimientos acaecidos tras éste. Sin los detalles sobre su primera infancia es muy fácil verle como el responsable de todo. Esa parte de la historia nos queda oculta en la sombra y hace que malinterpretemos lo que sucede en el presente. Igual que nos pasa a todos nosotros, vivimos desde el punto de vista del adulto, mientras que la parte más oscura de nuestra infancia se encuentra escondida fuera del alcance de nuestra conciencia. Sólo con el acompañamiento adecuado podremos acceder y llevar luz a esa parte oscura.

Resulta curioso que Freud también pasara por alto la primera infancia de Edipo para elaborar su teoría de los instintos, pero esto merece una entrada aparte. El caso es que Edipo creció desconociendo su pasado.

Recordemos brevemente que sobre Layo, rey de la antigua Tebas, pendía la maldición de que su hijo le mataría y se casaría con su mujer. No sabemos lo que había hecho el rey para merecer tal castigo, pero sí sabemos, por lo que hizo después, que debía ser un hombre duro, autoritario, temeroso de los dioses, egoísta y violento hasta el punto de intentar matar a su hijo si con eso evitaba su propia muerte.

El oráculo de Delfos advierte a Layo del peligro que corre si tiene un hijo con Yocasta, la reina. Tras el aviso, el rey decide repudiarla para no tener hijos con ella y evitar la maldición. Yocasta, que sí quería tener hijos, emborracha y seduce a Layo para quedarse embarazada. Lo consigue y a los nueve meses nace un niño. El rey Layo , entonces, coge al bebé (algunas fuentes dicen que lo arranca de los brazos de una nodriza), le clava los pies, se los ata y lo abandona en el monte Citerón para que muera. Nadie dice que Yocasta hiciera algo por quedarse con su hijo y protegerlo de su fatal destino. Resulta extraño que no defendiera al hijo que tanto deseaba y que tanto le costó conseguir. Aunque, si de verdad le criaba una nodriza, Yocasta no parece una madre con un fuerte vínculo con su hijo.

Con estos antecedentes, no hace falta una maldición de los dioses. Todos los ingredientes para la tragedia ya están servidos en los propios protagonistas. Parece que los griegos preferían pensar que no podían hacer nada para escapar de su destino, en lugar de creer que cada uno crea su sino a cada momento con sus pensamientos y sus actos. Aún hoy en día, mucha gente prefiere dejar sus vidas en manos del destino y maldecir a los dioses cuando sufren alguna desgracia antes que tomar las riendas y asumir la responsabilidad de asumir el rumbo de su vida.

Con lo que sabemos desde la TRR (Terapia Regresivo Reconstructiva) sobre la importancia del embarazo y los primeros meses de vida en el futuro desarrollo del cerebro y de la personalidad, cabría preguntarse cómo le influyó a Edipo su llegada al mundo. Veámoslo.

Recapitulando, tenemos a un padre que, no sólo no le desea, sino que quiere matarlo nada más nacer y una madre ambigua que engaña al padre para engendrarle, pero que luego tiene un escaso vínculo con él y no hace nada por salvarle la vida. ¿Y cómo sería el embarazo de ese niño?, no creo que hubiera buen ambiente entre los padres, más bien, imagino discusiones, reproches, soledad y más situaciones desagradables. Las semillas de la violencia que vendrá después ya están presentes aquí.

El resto de la historia es más conocido, pero veamos un breve resumen. Edipo es salvado de la muerte por un pastor y crece en el reino de Corinto, criado por los reyes Pólibo y Peribea, a quienes consideraba sus verdaderos padres, ya que ignoraba su historia. En Delfos, la pitonisa le expulsa advirtiéndole de que matará a su padre y se casará con su madre. Decide no volver a Corinto para que no se cumpla la profecía (Edipo pensaba que se refería a sus amados padres adoptivos). En el camino tiene un encontronazo con el rey Layo, su verdadero padre, y le mata. Consigue liberar a Tebas de la Esfinge que les amenazaba, el pueblo le aclama como rey y se casa con Yocasta, la reina, sin saber que era su madre. Al conocer la verdad, Yocasta se ahorca y Edipo se quita la vista con un alfiler de los vestidos de ella.

Tenemos, entonces, a un niño maltratado por su padre y desamparado por la madre, pero que ignora esta verdad y crece en el engaño de que sus padres son los maravillosos Pólibo y Peribea, a quienes adora. Todo este conflicto oculto termina en tragedia, sin que el pobre Edipo sepa lo que sucede ni pueda hacer nada por controlarlo.

Esta historia se asemeja mucho a lo que vivo con mis pacientes cuando van profundizando en su terapia. Al principio vienen cuando se ha desatado la tragedia en forma de ansiedad, depresión, fobia, enfermedad psicosomática o de cualquier otra manera. En esos primeros momentos, la desconexión entre el pasado y lo que sucede en el presente es similar a la ignorancia que tenía Edipo sobre su historia. La visión de los padres, en esos momentos, suele ser la de unos padres buenos, que se preocupan por ellos, que todo lo hacían por su bien, que les pegaban lo justo y sólo cuando se lo merecían. Poco a poco, la verdad va apareciendo, despojamos a los padres de sus máscaras, les bajamos del pedestal y podemos verles tal y como fueron. El paciente va entendiendo todas las reacciones de su presente que no sabía de dónde venían, la rabia acumulada, el rechazo, el miedo al abandono y demás.

A medida que entiende, va colocando cada cosa en su sitio y devuelve a cada uno aquello con lo que ya no quiere seguir cargando en su vida, se encuentra más en paz consigo mismo y los síntomas van desapareciendo. Podría decirse que al principio, los padres son como Pólibo y Peribea y, a medida que descubrimos la historia, los descubrimos como Layo y Yocasta. Esto siempre es positivo para nuestra salud emocional. Cuanta más información tengamos, más podremos descubrir de nuestra sombra y más libres seremos.

Podía haber cambiado mucho la historia de Edipo si la sacerdotisa de Delfos no le hubiera expulsado diciendo: “Aléjate del altar, desdichado. ¡Matarás a tu padre y te casarás con tu madre!”. Si le hubieran invitado a pasar a la sala del recuerdo, a tumbarse en el sillón de la tranquilidad y a tomar la bebida del esclarecimiento, la historia habría sido diferente. Si hubiera conocido su historia en ese momento se podría haber liberado de la maldición. Habría tenido más perspectiva para decidir si matar a Layo, si darse cuenta de su arrogancia y dejarle pasar sin sentirse herido o también podía haber decidido saltar por encima del carro del rey y continuar su camino.

En definitiva, con el esclarecimiento de las sombras de la infancia de Edipo de lo que estamos hablando es de recuperar la libertad y tomar el control total sobre nuestra vida, algo a lo que todos aspiramos, ¿o no?

Por cierto, cuan diferente hubiera sido la historia de la psicología si Freud, en su momento, hubiera tenido el valor de interpretar la tragedia de Edipo desde esta perspectiva. Veremos en una próxima entrada lo que sucedió con Freud, por qué no pudo hacerlo y qué consecuencias tuvo para su salud.

Texto: Ramón Soler

Freud y su sombra, desmontando a Edipo.

Dice el principio de Parsimonia (la famosa navaja de Ockham) que, ante dos teorías o explicaciones de un hecho, debemos elegir la más sencilla. Como diría el propio William de Ockham: “Es vano hacer con mucho lo que puede hacerse con poco”. Siguiendo este sobrio principio, los físicos, por ejemplo, siempre han buscado la manera de simplificar sus teorías y ahora están intentando encontrar la gran teoría unificadora de todas las fuerzas.

Cuando estaba estudiando psicología, siempre me resultaron chocantes e incluso algo excéntricas las explicaciones que daba el psicoanálisis al origen de las neurosis. No concebía cómo un niño de 5 ó 6 años podría querer matar a su padre y acostarse con su madre. Tampoco, podía imaginarme a un niño de esa edad planeando el asesinato de su padre, ni tampoco deseando tener sexo con su madre, ¿tendría, incluso, alguna postura favorita?, ¿es un niño capaz de eso?. Me parecía absurdo y demencial, pero yo sólo era un estudiante y el psicoanálisis llevaba casi 100 años dominando la psicología en la mayor parte del mundo.

Ahora han pasado los años, he leído otros puntos de vista diferentes, he acompañado a muchos pacientes en sus terapias y también he profundizado y he trabajado conmigo mismo. Con el tiempo, he ido comprendiendo que, en realidad, hay una explicación mucho más sencilla para la mayoría (por no decir todos) los problemas psicológicos que la dada por los principios del psicoanálisis: podemos situar la génesis de los traumas emocionales de la vida adulta en los maltratos, abandonos, vejaciones (físicas y morales) y abusos sufridos en la infancia.

Esta forma de entender la salud emocional, parece muy alejada de los dictámenes del psicoanálisis, y sin embargo, parece ser que Freud también descubrió esta realidad hace más de 100 años. Si os parece, vamos a ver cómo la ocultó y elaboró una teoría alternativa (su teoría de los instintos) que, a modo de laberinto del Minotauro, ha servido para que la verdad permaneciera bien oculta durante más de un siglo. Afortunadamente, unas pocas voces surgieron en contra de ella a finales de s.XX . Las evidencias que han ido presentando en los últimos años estos estudiosos, están sirviendo, como el hilo de Ariadna, para sacar a la luz, nuevamente, la verdad ocultada por Freud. Es una verdad más dura y difícil de asumir, pero más sencilla y creíble.

Debe quedar claro que no creo que todos los problemas estén causados por abusos sexuales en la infancia, pero sí por algún tipo de violencia, visible o invisible, como diría Laura Gutman. Insultos, palizas, amenazas o abusos sexuales, pero también son maltratos los abandonos, desamparos y el “mirar para otro lado” que sufren los niños en innumerables ocasiones.

Para entender mejor lo que pasó, deberemos remontarnos a finales del s.XIX. Por aquel entonces, en 1896, Freud utilizaba sesiones de hipnosis como método para profundizar y acceder a recuerdos de la infancia, pero se encontraba con que todos sus pacientes relataban haber sido víctimas de maltratos y de abusos sexuales (más adelante entenderéis el “pero”). La mayoría de estos abusos eran cometidos por familiares cercanos, sobretodo, por los padres y, además, los síntomas de los pacientes estaban relacionados con los abusos aparecidos en las sesiones. Todo esto hizo que, incluso, Freud llegara hasta cuestionarse si la actitud de su padre con sus hermanos tendría que ver con los problemas que éstos tenían. Era una idea atrevida y rompedora para la sociedad de la época. La verdad estaba aflorando. Freud quiso compartir sus descubrimientos con sus amigos y colegas psiquiatras, pero en cuanto lo hizo, se encontró con el más absoluto de los vacíos. Presentó sus ideas en una conferencia ante la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de Viena llevando bajo el brazo 18 casos de pacientes que habían sido víctimas de abusos sexuales en la infancia y que en su vida adulta presentaban distintos tipos de problemas. El rechazo fue absoluto, casi llegando al insulto. No recibió ningún tipo de apoyo, nadie le animó a continuar investigando. Todo fue silencio y marginación por parte de la comunidad científica.

Como breve paréntesis, quisiera comentaros que esa falta de interés también la sufrió Freud por parte de su amigo íntimo Wilhem Fliess, con quien compartía sus inquietudes y sus descubrimientos. Ni una palabra de ánimo, ningún tipo de apoyo recibió Freud de su otrora aliado, sólo desdeñoso silencio.

Resulta paradójico, pues, Robert Fliess, el hijo de Wilhmen, publicó varios libros años después con información sobre abusos sexuales cometidos dentro de la familia y, más adelante, acusaría a su padre de haberlos cometido con él mismo en su infancia. Cotejando las fechas, coincidiría con la época en que Freud estaba exponiendo sus ideas y Wilhem no le apoyó. No he podido encontrar más detalles de la historia, ni es el tema de la entrada, pero da que pensar, ¿no?. Se me ocurre que sería interesante conocer las historias de los miembros de la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de Viena… y las de sus hijos.

Siguiendo con Freud os diré, que no pudo soportar por mucho tiempo la situación de vacío a la que le relegaron sus colegas. Continuar por esa línea habría significado para él, el final de su carrera, el aislamiento, y él deseaba y necesitaba ser reconocido. Buscaba ser famoso y lo consiguió, aunque veremos a qué precio.

Varios meses después, ya en 1897, la verdad descubierta fue enterrada y así permanecería durante casi todo un siglo. Freud cambió su punto de vista y lo que antes eran recuerdos de abusos sexuales pasaron a ser fantasías inventadas por los pacientes, debido a sus propios deseos inconscientes. Ya no había peligro para los padres, ya no podrían ser acusados de abusar de sus hijos o hijas. La culpa, ahora, era de los niños, que tienen deseos sexuales y agresivos. Los hijos quieren matar a su padre y acostarse con su madre (complejo de Edipo), y las niñas desean matar a su madre para acostarse con su padre (complejo de Electra).

Estas ideas casaban mejor con la visión que se tenía en la época victoriana de los niños. Se pensaba que eran poco más que animales salvajes que había que domesticar desde la más temprana infancia para poder inculcarles una “buena educación” basada en el acatamiento de las normas y el respeto u obediencia a los padres. Es muy ilustrativo leer los manuales educativos de la época, enseñan cómo cortar de raíz la espontaneidad y la creatividad de los niños para convertirlos en personas dóciles, dúctiles y obedientes. Por desgracia, todavía en pleno s.XXI, podemos escuchar conversaciones en los parques y en muchos programas de televisión que aún comparten esta visión negativa de los niños.

Freud, que era muy inteligente y tenía una vasta cultura, recurrió a Sófocles para ejemplificar su reciente transformación. En Edipo Rey, Sófocles narra cómo Edipo mata a su padre y se casa con su madre. Esta era exactamente la nueva idea que Freud quería difundir, lo que se conoce como su “teoría de los instintos”. Edipo se convirtió en uno de los pilares del psicoanálisis y marcó el desarrollo de la psicología del s.XX. No sé si fue consciente o inconscientemente (sospecho que esto último), pero el hecho es que Freud pasó por alto el principio de la historia de Edipo, donde Layo, su padre, le abandona para que muera y su madre, Yocasta, no hace nada para impedirlo. En esta entrada comento con más detalle la historia. Con estos nuevos datos, podemos entender mejor los hechos posteriores y no sería tan fácil acusar a Edipo de todos los males de la humanidad.

Para que tengamos todos los datos en la mano, conviene saber que, durante los últimos 16 años de su vida, Freud sufrió un cáncer en la boca que se le reprodujo varias veces, le obligó a someterse a infinitas operaciones, a llevar una prótesis que debía limpiar a diario y le hacía sufrir tremendos dolores. Al final de su vida, casi sin poder hablar, cuando los dolores eran insoportables, acordó con su hija y su médico que le administraran una fuerte dosis de morfina para acabar con los dolores para siempre. Cualquier oncólogo diría que el cáncer fue debido a su tremenda adicción al tabaco, de la que no pudo liberarse pese al autoanálisis que se practicó. A mí me gustaría ir un poco más allá y, desde un punto de vista más amplio, podríamos preguntarnos qué pasó, precisamente en la boca de Freud, para que surgiera ese cáncer tan tremendo. Sabiendo que el cuerpo enferma como respuesta a bloqueos emocionales y que los síntomas tienen mucho que decirnos sobre ese bloqueo, Alice Miller (“El saber proscrito”) se preguntaba si ese problema en la boca no podría estar relacionado con la verdad que Freud descubrió, pero que se obligó a callar durante el resto de su vida. Evidentemente, son meras elucubraciones. Nunca podremos conocer el motivo de su cáncer, ya que Freud nunca pudo hacer una verdadera terapia para profundizar en sus emociones y averiguar lo que su cuerpo le estaba diciendo. Todo lo que hizo fue puro análisis, huyendo de las emociones.

El tiempo pasó, la Psicología se fue desarrollando como disciplina y las ideas de Freud fueron calando entre psicólogos y psiquiatras. Más adelante, los conceptos psicoanalíticos entraron a formar parte del vocabulario popular. Todo el mundo habla del inconsciente, de la represión y Edipo es uno de los personajes más conocidos de la mitología griega gracias al psicoanálisis. Distintos seguidores de Freud hicieron sus aportaciones y sus pequeñas variaciones, pero los grandes pilares del paradigma siguieron inamovibles. También hubo encarnizados enfrentamientos entre partidarios de unas y otras corrientes psicoanalíticas, consiguiendo algunos avances, pero Freud seguía siendo el referente.

Personalmente, creo que debemos dejar ya atrás la época de las apasionadas batallas entre distintas facciones de psicoanalistas. En la actualidad, las nuevas generaciones tenemos más perspectiva para analizar los hechos. Hoy podemos entender que Freud y sus posteriores seguidores fueron víctimas de su época y de su educación. Por supuesto que sus intenciones eran honorables y estoy seguro de que pretendían ayudar a sus pacientes y al avance de la psicología, pero estaban tan atrapados por sus patrones (de obediencia, respeto a la autoridad, etc.) que no podían salir de su propio laberinto. Desde la distancia, intentando entender a Freud y a sus circunstancias, no puedo evitar sentir cierta pena por él, no por el psicoanalista, sino por la persona. Un hombre con unas enormes carencias emocionales que intentaba suplir con su formidable inteligencia. Le imagino al final de su vida, forzado al exilio en Inglaterra por el nazismo, en la soledad de su habitación, entre el humo del tabaco y el dolor casi insoportable del cáncer. Él, que defendía que los síntomas físicos eran producto de traumas del pasado, ¿se preguntaría alguna vez cómo, con su método analítico y racional, no fue capaz de entender y liberarse de sus propias enfermedades?, ¿cómo le haría sentir esto?.

Pero pasado el tiempo de las batallas y, también, de la pena, llega el momento de la renovación, de mano de los últimos avances científicos. A finales del siglo pasado, se empezó a descubrir la importancia que tienen el apego y los primeros vínculos (o la carencia de ellos) en el futuro desarrollo del cerebro y de la personalidad. Hoy se sabe que los bebés, si se les deja, son buenos, generosos, altruistas, nada egoístas y muy amorosos, pero también sabemos que cualquier tipo de violencia ejercida sobre los bebés o los niños tendrá un efecto catastrófico sobre su futuro. Aparecerán entonces patrones de agresividad, de represión y de autodestrucción, y el niño luminoso que fuimos al principio quedará enterrado bajo estos patrones.

Podemos entender, pues, la concepción que se tenía sobre la infancia a finales del s.XIX. Casi puedo comprender cómo un hombre tan inteligente como Freud no pudo liberarse de esos patrones y terminó acusando a los niños y exculpando a los padres. Pero ha llegado el momento de poner fin a esta peligrosa injusticia. Sé que esto no es fácil porque implica mirar hacia dentro, cuestionarse nuestro papel como padres y, sobretodo, entender cómo nos trataron en nuestra infancia, qué ideas nos inculcaron y qué cosas repetimos con nuestros hijos sin cuestionarnos si son buenas o malas para ellos. No obstante, sólo liberando a los niños y permitiéndoles crecer desarrollando sus cualidades naturales, podremos cambiar la inercia de violencia en la que estamos inmersos. No es de extrañar que uno de los últimos libros de Michel Odent se titule “La maternidad, el nacimiento y el futuro de la humanidad”.

Pequeños granitos de arena se van sumando a nivel mundial y, gracias a internet, nos encontramos, nos comunicamos y nos enriquecemos. Hace falta una auténtica revolución en la manera con la que esta sociedad trata a sus bebés y a sus niños. Nosotros nos alegramos de poder colaborar con nuestro granito. Esperamos que podamos conseguirlo entre todos y dejarle un mejor mundo a nuestros hijos o, tal vez, darles a ellos las herramientas para que ellos puedan hacer lo que nosotros no pudimos.

Texto: Ramón Soler